Intervención de enfermería en adultos con episodio depresivo


La depresión constituye un desorden mental común en personas que atraviesan situaciones adversas que afectan su estado anímico: pobreza, desempleo, pérdida, enfermedad, entre otros. Esta condición puede constituirse en un grave problema de salud, alterando su desempeño laboral, además de sus relaciones sociales, con gran impacto en el entorno familiar.

Los profesionales de enfermería están comprometidos con los problemas relacionados con la salud mental, trabajando cooperativa y coordinadamente con los servicios especializados. En el nivel de atención primaria, los episodios depresivos son abordados a nivel individual y grupal con un enfoque preventivo.

La atención de enfermería tiene el propósito de mejorar la calidad de vida en su radio de acción, promoviendo la salud efectiva a través de la aplicación de teorías de enfermería durante la práctica de la investigación clínica y educativa.

La depresión se caracteriza por la confluencia de síntomas predominantemente afectivos, tales como: tristeza, apatía, desesperanza, decaimiento, irritabilidad, energía disminuida, pérdida de interés, placer, sentimientos de culpa, baja autoestima, sensación subjetiva de malestar e impotencia frente a las exigencias de la vida, desencadenando este trastorno en el ámbito psíquico y físico. Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), entre los 615 millones de personas que padecieron enfermedades relativas a la salud mental durante el período 2005-2015, más de 300 millones padecieron depresión.

Se calcula que alrededor de 50 millones de personas sufrieron depresión en la región de Latinoamérica en 2015 (un equivalente aproximado al 5% de la población total). Esas cifras provocaron un llamado de atención para realizar intervenciones en la promoción de salud mental con urgencia.

Al respecto, la Organización Panamericana de la Salud (OPS) manifiesta la necesidad de atención prioritaria a los grupos vulnerables, destacando aquellos integrados por  pacientes  con  enfermedades crónicas incurables que afectan significativamente la calidad de vida del paciente.

En los que se observan las mayores tasas de depresión, ansiedad, consumo nocivo y adicción al alcohol, tabaquismo y suicidio; generando estrés crónico, aislamiento social y violencia, acompañado de dificultades para apegarse al correspondiente tratamiento que desemboca agudización de estados de salud desfavorables.

La pérdida de interés o capacidad para disfrutar de actividades que normalmente le resultaban placenteras a un individuo constituye un signo de la depresión. Además, puede dejar de expresar reacciones emocionales ante acontecimientos que deberían producir ese tipo de respuesta, dificultades con el sueño  que  llevan  a  despertar  dos  o  más  horas  antes  de  la  hora  habitual,  empeoramiento matutino del humor depresivo, presencia objetiva de enlentecimiento psicomotor o agitación (observada o referida por terceras personas), pérdida marcada de apetito, de peso (5% o más del peso corporal en el último mes) y notable disminución de la libido.

La depresión se considera un trastorno de etiología multifactorial, pudiendo estar  relacionada  con causas genéticas, vivenciales (incluido las relativas al desarrollo temprano), cognitivas, de personalidad, medioambientales, psicosociales, entre otros. A nivel biológico, se producen afectaciones en los neurotransmisores: serotonina, norepinefrina, dopamina y noradrenalina.

El trastorno depresivo puede clasificarse como reactivo y endógeno. El primero se desencadena por un factor ambiental y suele mantenerse por un largo período de tiempo.  Mientras que, el segundo se debe a condicionantes biológicos en el propio individuo, casi siempre por una predisposición genética.

Reyes y Aguilar, resaltan la importancia del tratamiento oportuno de la depresión para elevar la calidad de vida del paciente y disminuir el impacto económico que ocasiona. La Guía de Práctica Clínica de Galicia sobre el manejo de la depresión en el adulto coincide con las fuentes mencionadas en relación con la sintomatología: tristeza patológica, apatía, anhedonia, desesperanza, decaimiento, irritabilidad, sensación de impotencia  frente  a  las  exigencias  de  la  vida,  entre  otros.

En un plan de cuidados del paciente con depresión y trastorno bipolar, hay que diseñar una intervención de enfermería mediante actividades dependientes e independientes que incluyen técnicas positivas frente a una terapéutica y proponen el desarrollo de acciones  de  esparcimiento con corta duración, las que al inicio resultan beneficiosas a corto plazo. El accionar de enfermería debe constituir una parte activa del sistema de atención al paciente por un equipo  de  salud  compuesto  por  psicólogos,  trabajadores  sociales  y  personal  médico  que  garantizan integralidad en las decisiones, interdisciplinaridad, retroalimentación e identificación oportuna  de  cambios  en  el  comportamiento  del  paciente  deprimido  durante  el  internamiento  hospitalario.

En definitiva, las intervenciones de enfermería en el adulto con episodio depresivo están dirigidas a la disminución de los síntomas mediante el establecimiento de una relación terapéutica profesional de enfermería–paciente efectiva, creando un ambiente de confianza y empatía.

El manejo y tratamiento de la depresión incluye actividades para paliar los síntomas:  dieta balanceada, ejercicios activos y pasivos, educación sobre la enfermedad, descanso adecuado, apoyo familiar, entre otros.

La intervención de enfermería en esa patología se hace de manera integrada con las actividades del resto del personal del equipo de salud.

AUTORES:

Lcdo. Oswaldo Copara / Lcda. Jenifer Espín

Docentes de la Carrera de Enfermería

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